domingo, 15 de noviembre de 2015

Néfilim

Y al final, el demonio se presentó. Creí que solo se trataba de palabras, que eran mentiras y que en realidad esas cosas no existían. Como lo había previsto, era preferente tener mil vampiros de toda raza rodeándome, que tener a un demonio acercándose seductoramente.
El demonio se manifestó, en su forma más horrible. Tomó forma humana para entrar en confianza, venir hacia mi y rasgar mi alma. Lo que no sabía era que el monstruo ya la había empezado a rasgar, y que en cada una de las heridas había dejado su oscuro resplandor incomprensible, que me dotaba de muchas cosas, incluso de un sentido aparte que me indicaba las cosas tal como iban a suceder, o como sucedieron y se me había ocultado.
La forma humana era bella, amable, acariciaba mi rostro con pétalos de rosas rojas, me prometió eternidad... ¿cómo iba a sospechar yo de semejante criatura de aspecto inocente? Una vez más, pequé de prejuzgar. Al monstruo por ser horripilante, al demonio por ser bello... los vampiros no son así, por eso ahora me agradan, no tienen que fingir ser otras criaturas.
El demonio, con su aspecto humano, logró enredarme en el medio de sus laberintos más oscuros. No necesitaba saber qué había al final, si un Minotauro hambriento de mi carne o la Copa de los Tres Magos; lo que importaba era llegar a la meta, y al pie de la letra seguí todas sus instrucciones, con fidelidad y confianza ciega, y llevándome por lo que había aprendido previamente en anteriores laberintos. Nada podía hacerme descarrilar del camino, ni pensar de otra manera, y las paredes de la trampa me parecían bellísimas, un disfrute de la vida, algo que valía la pena recorrer lentamente y tocando todo a mi alrededor con las puntas de los dedos. Nada podía alejarme de ese sentimiento de alma llena, de estar haciendo las cosas bien en la vida, de que iba a morir en algún momento pero habiendo sentido lo que es perderse en el laberinto de un demonio que se domó sólo para mi... nada podía cambiar mi meta... ¿nada?
Un día me di un tour por fuera del laberinto. Algo me decía que tenía que hacerlo. Recorrí el mismo infierno, encontrándole la belleza a todas las cosas. Tenía un estado al cual sinceramente no se cómo había llegado, pero me hacía encontrar todo hermoso. Quizás era un nivel más alto del infierno, porque allí veía gente que esta viva aun.
Sola, me dirigí a la cima de un cerro. No era una montaña, allí las hay, pero estaban fuera de mi alcance. En la cima encontré un lugar muy acogedor, cerrado, con todas las comodidades disponibles, incluso café con leche recién hecho. Entré a ese lugar, era gigante, un techo muy alto, paredes rojas como la sangre, pero iluminado por un ventanal gigante que dejaba entrar luz de una manera casi enceguecedora. Cuando mis ojos se adaptaron a esa luz, me acerqué al ventanal. Era muy grande realmente, abarcaba todo lo posiblemente visible en esos lares. Incluso si fijaba la vista al horizonte con atención, podía ver gente en otros países. Una experiencia muy loca.
Observé a la gente que hablaba, pero no podía oírla. Como se relacionaban entre ellos, de las maneras más diversas. Todo lo imaginable se veía desde allí, tanto bueno como malo, entre seres humanos.
Y entonces lo vi. Ladrillos, piedras envueltas en llamas siendo arrojadas por un ser que no era oscuro como mi monstruo, ni como el alma de los vampiros. Un ser lleno de escamas, con los huesos a flor de piel, de color naranja y ojeras prominentes alrededor de unas pestañas negras con filo. Sus ojos negros brillaban pero evidenciaban un fondo opaco, que al ver pensé "se puede pulir", en mi ceguera de encontrarle lo bello a las cosas. Sus alas estaban rasgadas. ¿Podría volar ese ser? Estaban machucadas, llenas de agujeros, y entumecidas. Pero al ser no parecía importarle, porque estaba muy ocupado arrojando esas piedras en llamas que caían en mujeres que habían perdido su alma. ¿Que cómo sabía yo eso? Desde el ventanal se veía todo...
El ser me pareció hasta simpático... hasta que lo vi sonreír.
Ese era el demonio. Era MI demonio. Arrojando piedras en llamas, ocupado entre la multitud de gente del infierno. Me quedé mirando esa sonrisa perfecta de dientes blancos, llena de lo que creí que era bondad y lujuria, que ahora se convertía en maldad y lujuria. La lujuria allí estaba, pero no con las ganas de envolverse en mis brazos, sino con ganas de envolver piernas de mujeres sin alma...
Miré mi espalda. Allí no había alas. Yo no era un ángel. No era lo que él me dijo que era. Tampoco vi alas de hada, como segunda instancia. Vi mi abrigo, mi capucha, y el café con leche sobre la mesa. Y me di cuenta de algo.
¿Qué hacía yo sola allí? ¿Por qué él no me acompañó en el laberinto? Yo había recorrido todo el camino, casi hasta la mitad, siguiendo sus instrucciones, pero ¿él dónde estaba? Me escapé un rato porque algo, un sentido más, me dijo que lo hiciera, que descansara, que respirara aire normal de nuevo por un rato. El monstruo estaba en mi casa en ese momento, pero con lo que había implantado en mi el día que le temí, lo oía en mi mente todo el tiempo y lo sentía cálido protegiéndome. Él me avisó, ¿por qué no le hice caso?
Fue cuando caí en la cuenta de que el demonio nunca había estado conmigo realmente. Que simplemente se dedicó a llenarme de palabras, vaya una a saber con qué objetivo. Sí, lo reconozco, no soy un ser humano normal, y él lo notó. No necesito ni quiero explicar qué es lo que me hace diferente, yo prefiero llamarme "humana con poderes". Pero él se dio cuenta de ello, decidió llamarme "ángel", y me enganchó en su red, y no sólo eso, sino que a mi me gustó.
Como ángel que era, era pura. No dejé que se alimentara de mi, aunque lo quise, pero lo único que puedo pensar hoy es... que si hubiera muerto mi cuerpo por él ese día, hoy habría muerto mi alma.
¿Por qué estás arrojando piedras en llamas y no estás conmigo recorriendo el laberinto? Ya sea para ganarle al Minotauro juntos, para festejar juntos la Copa de los Tres Magos, o para enfrentar lo que sea que hubiese al final, sea bueno o malo. Era porque vos sabías lo que había, y la dualidad se notaba en tus palabras, siempre lo dejaste en un trasfondo borroso. "No te quiero lastimar" me dijiste. Y lo hiciste, de la manera más extraña posible.
En fin. Recuerdo poco de cómo me fui de ese lugar. Sé que volví periódicamente, y dejé de avanzar tanto en el laberinto. Siempre recordaba el punto que había dejado lógicamente, pero cuando estaba en él, pensaba en que mientras yo estaba allí, en el laberinto del demonio, él estaba haciendo cosas innecesarias en vez de acompañarme. Yo lo hubiese dado todo por él. Incluso dí algo que no voy a recuperar: tiempo.
Con un escudo de obligaciones demoníacas, él siempre tuvo la excusa para no acompañarme en mi recorrido y para que yo no cuestionara nada. Y cuando llegó el día en el que me cansé de transitar sola, el demonio abrió sus alas, sus machucadas, entumecidas y rasgadas alas, y se fue a los tumbos, torpemente, pero volando al fin y al cabo. Ya no en su forma humana hermosa, sino en su forma de demonio, pero de triste demonio. No era un poderoso Diablo, sino los despojos de un demonio que intentaba por todos los medios parecer algo más grandioso. Ojalá hubiese visto que, con mis poderes, yo lo habría ayudado. Pero decidió arrojar piedras en llamas, y otras cosas que prefiero no decir.
Hoy, después de su partida, me siento vacía y triste. Lo que más me duele son las palabras y promesas que nunca se van a cumplir, y las cosas que le confié. Al contrario de lo que puede parecer, no me arrepiento de haberle dado mi tiempo. Fue un regalo, los regalos no se reclaman. Siempre fui fiel a mi, a mis principios, a mis poderes. Pobre monstruo, ¿cómo dudé de él? ¿Acaso por su aspecto intimidante? Me lo advirtió desde el primer segundo que apareció en mi casa. Tendría que oírlo más e incluso cumplir las promesas que ha hecho mi Yo del pasado, porque por algo las hizo.
Hoy, después de su partida, se lleva con él un par de alas blancas. Sospecho que se las cortó a alguien, y no entiendo por qué me duele la espalda en éste momento. Creo incluso que por eso puede volar, porque sus alas la verdad es que no prometían mucho. Lo que no sabe... es que yo, destruida, malherida, hecha trizas y en el peor de los estados, he volado más alto de lo que puede volar cualquier demonio. He caído en las profundidades más oscuras, he mirado todo antes desde las montañas más altas, y hoy en día, nada de lo que pueda hacer me puede lastimar realmente. Las heridas, sanadas por el monstruo, dejan una cicatriz negra pero hermosa, que cada vez que las mire me van a recordar lo que pasó, y no van a dejar que nadie las vuelva a abrir. Este halo negro no hace la cicatriz más débil y propensa a romperse en el mismo sitio, sino que la hacen más fuerte, y envuelven mi cuerpo de una nueva armadura, pero no como la de antes, no como la que se llevó el demonio, sino de una nueva, reforzada, más fuerte que el Adamantium y más suave que la seda.
Hoy, una súcubo amiga me contactó. El ser que nos controla hiló fino para que eso sucediera. Me trajo de regalo un expediente; súcubos y demonios se conocen, se manejan en los mismos ambientes, y, como los humanos, no todos se llevan bien entre ellos ni son amigos. En el expediente figuraba la historia de otra súcubo, que había sido amiga mía, pero ese detalle no es importante. Lo leí atentamente, desde mi ventanal en la montaña sin mirarlo, porque realmente ya no necesito mirar a través de vidrios mágicos; lo hago por una cuestión de aburrimiento más que nada, y de incertidumbre. Y me sorprendió a medias saber que en el laberinto del demonio se habían perdido otros seres. Ningún ser como yo, pero si muchas súcubos, demasiadas para mi gusto. Y una en particular, la que había sido amiga mía, de quien hablaba el informe del expediente que me había pasado mi actual amiga, estaba en el historial de pérdidas, de enredos, de heridas; había pasado por lo mismo que yo, con ligeras diferencias dadas nuestras naturalezas (súcubos y yo, somos muy diferentes, sólo nos une ser de sexo femenino). Los mismos laberintos, las mismas instrucciones, las mismas palabras, las mismas promesas, las mismas excusas, y las mismas piedras en llamas arrojadas a demás seres sin alma. Me sorprendió a medias porque yo ya lo sabía; mis poderes me lo habían dicho antes de que apareciese el monstruo a complementarme. Pero decidí no hacer caso, lo mismo que hice con el monstruo. Y allí estaba la confirmación, de que tengo que hacerle más caso a mis instintos superiores. Las cosas vienen a mi mente por algo.
Lo que sí me sorprendió fue ver que hizo lo mismo, la misma táctica, el mismo modus operandi. Y que probablemente, muy probablemente, yo iba a terminar como ella.
Así que concluyo que estoy sumamente agradecida de no haber llegado a ciertas instancias. Pero por algún motivo, quiero terminar de recorrer el laberinto, con mis reglas, y saliendo de él cuando me plazca. Un ángel y un demonio se cruzaron, y me pusieron en el seno de mi madre; era fácil hacerla creer que yo era su hija biológica, y que quien cree que es mi padre no lo dudara ni un segundo. Recibí la sangre de una humana, el amor y la energía de un humano, pero ya ven cual es el problema.
Nadie se mete con un néfilim. Lo que haga a partir de ahora, queda a cuenta y voluntad de lo que me dicte el ser interior. No necesito las alas que se llevó el demonio. Me crecieron unas mejores, que no se ven, que son capaces de amar y engañar como nadie lo hizo jamás. Ésto va a concluir en algo, sépanlo, y ya se los iré contando.
Mientras tanto, me entrego a los colmillos de los vampiros. ¿Por qué? Bueno, porque yo lo quiero así. Cuanto mas poder corra por mi sangre, más posible va a ser que detecte a esos demonios desgarbados y ladrones de ilusiones. Que los castigue y los dome.
Ya lo se todo. Ahora, empieza a avanzar la cinta.

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